Por Maria Carolina Hoyos
Después del secuestro y del asesinato de mi mamá, creo que nadie quería ponerse en mis zapatos y tener que caminar con ellos. Muchos podían verme como una víctima de la violencia de un país que se caía a pedazos. Mi nombre, solo puedo suponerlo, inspiraba compasión.Pero yo no me sentía así. En mi cabeza el proceso fue distinto. Empecé a encontrar una especie de equilibrio con mi realidad. La acepté, la hice parte de mi cotidianidad. Opté por mirarme al espejo y comprender que mi vida, toda mi vida, desde mi infancia hasta hoy, me ha llenado de aprendizajes para lo que tengo que enfrentar. Me ha enseñado las lecciones.Es obvio que hay lecciones tan dolorosas que pueden parecer imposibles de superar, pero lo que no nos mata, dicen por ahí, nos hace más fuertes.Y así, día tras día, comencé a fortalecerme.
