Por Óscar Dominguez
Tocayo, bien por recordarnos a Romerito en la columna en la que sale a bailar tu "pariente" Núñez, "el que dijo" Doña Soledad. (Cuándo murió Romerito?). Andaba siempre al lado de López, como lo sabe hasta la policía del barrio Las Cruces, donde queda la sede presidencial. Hasta hoy me entero de sus nombres.
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Luis Eduardo estaba hecho para callar, como los ascensoristas de Nueva York, al decir de Talese.
Si el presidente electo le cargaba la maleta a a Uribe y este el megáfono a Duque, Romerito hacia lo mismo con López.
No le debo una noticia al hombre del bajo perfil. No soltaba prenda, sencillamente. "Ya viene el jefe", era lo máximo que soltaba. No era una catarata de Niágara de locuacidad.
Fue el abnegado jefe de seguridad de López desde siempre, como lo recuerdas. Yo lo distinguía desde los tiempos de la campaña que me tocó cubrir en compañía de dos colegas que son carne de eternidad: Gabrielito Gutiérrez y el gabinetólogo Murcia, los dos amigos que hacían todo por chiviar al otro desde El Tiempo y El Espectador. Nada de compartir chivas. Ética y estética obligaban. (En la foto, tomada en Palacio posiblemente, Carlos y yo revisamos una tira de cable a ver qué le exprimimos).
De pronto se unían pero para desgrabar discursos de López en campaña para no irlo a tergiversar porque cabras dan leche. Yo les hacía la tercera. Romerito era discreto como una monja de clausura. Se habría llenado de oro si hubiera hecho como los mayordomos de los famosos y hubiera contado su vida al lado del compañero jefe. Pero la discreción era su sino y su signo. El dinero que espere. "Los negocios mañana". Paz sobre su tumba.
Dicho sea de refilón, nadie que se acercara al expresidente López Michelsen se iba con las manos vacías. Los reporteros que cubrimos su campaña política primero y su presidencia después salíamos enriquecidos así fuera en verbos como “chambonear”, una gimnasia mental consistente en ensayar para llegar a algo concreto.
Sus documentos políticos lo mismo que sus discursos de campaña eran breves pero suficientes para impactar, reclutar electores o sacarles la piedra a sus antagonistas. “Las noches son del gato”, dijo en una ocasión y puso a trinar el expresidente Lleras Restrepo.
Del “Pollo” López decían amigos y enemigos que hablaba y ponía a pensar a la parroquia. O a dudar que es más creativo. Después de pensar pocos le daban la razón. Pero había armado el tierrero. Lo aburrían las aguas mansas. Sacudía cráneos.